Estuvieron durante siete décadas escondidas en un garaje en Sant Cugat, Barcelona, y ahora pueden verse en una exposición en el Museu d’Art Nacional de Catalunya. Hablamos de las más de 5.000 fotografías realizadas por Antoni Campañà durante la Guerra Civil española, que fueron descubiertas por sus nietos hace un par de años al vaciar la casa familiar para venderla.

Se trata de uno de los fondos documentales sobre la contienda más importantes que existen. Por ponerlo en contexto: en la famosa maleta mexicana de Capa había entre 3.000 y 4.000 negativos de tres fotógrafos. En las cajas de Campañà casi 6.000, tomadas casi todas en Barcelona y por un único autor.

Nacido en 1906 en Arbúcies, Girona, Antoni Campañà se trasladó a Barcelona a estudiar y acabó trabajando en una tienda de fotografía, donde aprendió el ofició. Se afilió a la Agrupación Fotográfica de Cataluña e incluso viajó a Munich para aprender del fotógrafo alemán Willy Zielke.

A diferencia de otros como Capa, Campañà no fue un corresponsal, él no fue a la guerra, sino que fue la propia guerra la que vino a él. Desde que estalló el conflicto en el 36 se dedicó exclusivamente a retratar los horrores de la guerra en su ciudad, y lo hizo hasta que las tropas franquistas entraron en Barcelona en el 39.

En ese momento decide esconder los negativos y pasar página. Los motivos para mantener las fotografías ocultas durante toda su vida no están claros, aunque sus nietos simplemente creen que se trataba de algo doloroso para él que no quería recordar.
Tras la guerra siguió trabajando y se convirtió en uno de los fotógrafos pictoralistas más premiados en todo el mundo. Se le considera todo un referente en este estilo.

Aunque sus fotos de la Guerra Civil son más crudas y directas, muy influenciadas por las vanguardias europeas de la época y corriente como la nueva Visión. Las diagonales, los planos picados y el dinamismo en las composición están muy presentes en esta etapa.

Ahora una parte de este inmenso trabajo documental se puede ver en la exposición «La guerra infinita», que está comisariada por uno de los nietos del fotógrafo y que puede verse en el Museu d’Art Nacional de Catalunya hasta el 18 de julio.
Pues hombre, entiendo al autor o quiero entenderlo. Cuando tu muestras a la gente participando o sufriendo las consecuencias de semejante barbarie como es una guerra y encima retratas a tus vecinos y tu pueblo más o menos cercano, lo normal, es que todo lo que veas te asuste o lo quieras olvidar, por no hablar de las posibles consecuencias de que muchos puedan reconocerse o ver a sus familiares, amigos o enemigos en ellas, por no hablar de la utilización partidista que se pueden hacer de los documentos. Hay demasiadas razones para no querer enseñarlas yo lo entiendo perfectamente, no estaría nada orgulloso de lo que allí se mostraba.
Los fotógrafos tienen derecho a tener su propia moral y decidir sobre lo que quieren o no mostrar, una vez muertos, como siempre, ya cada uno hace lo que le da la gana con el trabajo del que ya no existe, pero siempre queda la duda, de que si hubiera querido destruir todo ese trabajo, lo podría haber hecho.
Las fotos muestran lo que ya se ven en casi todas las fotos de la guerra civil, como documento sería muy interesante verlo totalmente y no como siempre, ceñirnos a lo que algunos seleccionan, hoy en día hay medios más que de sobra para hacerlo, quizá cuestan menos tiempo y dinero, que preparar una exposición física reducida, ya no estamos en tiempos donde nos tienen que dar la sopa con cucharita.
De profanar el descanso de unas personas que no merecían tal necedad, a salir por las chimeneas de los lagers, llenar las cunetas de los caminos con sus restos podridos, huir como ratas y malvivir después de causar estragos sin motivo.