El debate electoral al otro lado de la cámara: una foto histórica de la que nadie se acordará dentro de 15 días

No soy experto en comunicación política, pero me atrevo a decir que el debate de ayer no pasará a la historia como ejemplo de buena política y tampoco se estudiará en los manuales de retórica.

Pero tranquilos que no estoy aquí para criticar a unos y a otros, sino para explicar cómo fue ese momento histórico que todos habremos olvidado dentro de quince días.

Para los cerca de treinta informadores gráficos, fotógrafos de partido y oficiales de la casa que anoche nos dimos cita en la sede de Atresmedia tampoco pasará a la historia de las buenas organizaciones. O sí. Me explico.

El invitado incómodo

Muchas veces me he quejado a los Diputados de que cuando enseñan un cartel, foto o documento lo hacen mal. En el Congreso los fotógrafos estamos a la izquierda, a la derecha del orador, de forma que si muestran el papel hacia adelante no se ve nada en nuestras fotos.

Nunca me lo han dicho claramente, pero lo que todos dan a entender es que ese papel no nos lo enseñan a los fotógrafos sino a las cámaras de televisión que están, esas sí, delante.

Ayer en el debate electoral pasó más o menos lo mismo. Los fotógrafos éramos el invitado incomodo al que no se le puede decir que no venga, que se trata con cortesía y educación, pero al que se le recuerda sutilmente que todo aquel tinglado no está montado para ellos, sino para la tele.

Un alto cargo de uno de los dos partidos políticos mandaba un mensaje mientras estábamos esperando la llegada de los dos aspirantes. «¿A qué lumbreras se le ha ocurrido poner la tribuna de fotógrafos a dos metros del suelo?’.

Y es que, en efecto, los fotógrafos estábamos colocados en un puesto tan picado que era prácticamente imposible hacer una foto que no pareciera forzada.

El truco de la camisa hawaiana

Si a eso le sumamos que a pie de calle no solo estaba el fotógrafo oficial sino también la cámara de televisión oficial, es fácil imaginar lo complicado que ha sido tener una foto decente. Fotografías hay. Muchas. Pero decir que son buenas sería ser magnánimos con nuestro propio trabajo.

Nunca me ha gustado defender mi trabajo con aquello de que he hecho lo que he podido, pero es que en este caso es cierto. Entre el poco sitio que había para tanto fotógrafo, el picado y la premura de tiempo… Vaya, que demasiado bien han salido las fotos.

Y eso que, como todos los veranos, me puse mi camisa hawaiana de las grandes ocasiones. Porque si quieres que alguien te mire cuando hay dos docenas más pidiendo que los mires, llevar una camisa que haría llorar a Tom Selleck (para los más jóvenes, busquen Magnum P.I. en Google) ayuda mucho.

Tres minutos

Lo bueno de las cosas de la tele, especialmente cuando van en directo, es que se toman muy en serio los horarios. Minuto arriba, minuto abajo se cumplió la escaleta, lo que nos permitió que pudiéramos descargar, editar y transmitir las llegadas sin asfixiarnos.

Y es algo realmente sorprendente que todo funcione perfectamente a la primera, especialmente cuando hay mucha gente transmitiendo en un espacio muy reducido. Por si os sirve de algo, mis primeras fotos estaban disponibles en la línea de Europa Press tres minutos después de haber sido tomadas.

Tras la llegada se nos trasladó en microbús desde la entrada de Atresmedia a las puertas del estudio. No seré yo el que se queje de ir en bus en lugar de andando, pero es posible que tampoco nos hubiéramos muerto por recorrer los, literalmente, 150 metros que separaban un punto de otro. Cosas de la organización.

Una vez en la puerta del estudio me tocó tirar de veteranía. Baje de los últimos del autobús, pero un movimiento de cadera especialmente diseñado y una finta por un lado en la que finjo hablar con alguien me permitió colocarme en la tercera fila de entrada.

Algo imprescindible si quería ser de los primeros en entrar para coger un puesto adecuado. Yo ya conocía el plató (estuve haciendo reconocimiento el viernes pasado) y sabía que era pequeño. Pero es que además había un problema que lo complicaba todo: la mesa.

Y es que, salvo que te pongas perfectamente perpendicular a ella, las fotos no iban a quedar bien rectas. Y no hay nada que me incomode más que una foto con el horizonte, en este caso la mesa, torcida. No sabía lo que me esperaba.

De rodillas debajo de la cámara

Ya conocía el plató y además la gente de Atresmedia nos había dicho que no nos preocupásemos, que tendríamos cinco minutos de foto -al final fueron dos- y que al ser el espacio muy pequeño se harían turnos si era necesario.

Espoiler: no se hicieron turnos. Pero ojalá eso hubiera sido lo peor. Lo más dramático es que justo en mitad de nuestra tribuna había colocada una cabeza caliente, una cámara con grúa. Y justo la cámara estaba en el centro. El sitio que yo quería, inutilizado.

Fueron cinco segundos donde tienes que pensar muy rápido: o bien te pones en un lado y que las fotos te salgan torcidas o bien te la juegas y te pones centrado y confías en poder salvar la cámara.

Justo en el último segundo, cuando ya había decidido estar centrado me fije que al ser una cámara montada en grúa no había, evidentemente, un trípode bajo ella. Así que opte por ponerme de rodillas debajo de la cámara.

No tenía apenas espacio para disparar, pero confiaba en que la cámara se elevase un poco. Lo justo para poder colar mi objetivo entre la cámara y la mesa de los moderadores que estaba delante de nuestro puesto de tiro y ahí tener al menos una foto centrada. Pero también corría el riesgo de no poder sacar cuerpos enteros si Sánchez y Feijóo se ponían demasiado cerca de la mesa de los moderadores.

En ese apenas minuto y medio que transcurrió desde que tomamos posición hasta que entró Feijóo primero y luego Sánchez, tanto yo como mis compañeros nos esforzamos por hacerles entender que con esa cámara en mitad del tiro era muy complicado hacer nada.

Se nos dijo que la cámara se movería, pero no contábamos con ello. Al menos no con que se moviera lo suficiente. Definitivamente, aquello no estaba montado para nosotros y de forma muy sucinta se nos dejó bien claro que allí pintábamos poco. «La cámara no se puede tocar ni ponerse delante. Es la más importante». Punto.

Buscando el reflejo

Mi plan B, en previsión de no poder tener un tiro de cuerpo entero, era utilizar el reflejo de la mesa para componer. Pero por desgracia la mesa no reflejaba lo suficiente como para lograrlo, así que saqué mi iPad y lo usé a modo de espejo para salvar la papeleta. No será la mejor foto del año, pero cumpliría.

Y entonces llegó el momento. Entraron los presentadores, la cámara no se movió apenas, entraron los candidatos y entramos en modo caos ordenado. Tratando de tener un tiro limpio, el fotógrafo de mi izquierda empezó a echarse a la derecha, tapándome el tiro, yo me eche para adelante para hacerme un hueco con el de mi derecha, cosa que aprovecho el que estaba detrás de mí para agacharse y disparar por encima de mi cabeza.

En ese momento lo único que se escuchaba eran frases como «me estas clavando el codo, mamón» o «perdón al dueño de esta cabeza que estoy pisando».

Al final, de una u otra forma, todos estábamos molestando a alguien, de modo que nadie se quejó porque en este juicio todos éramos víctimas de una organización que siempre tuvo presente que, por encima de todo, allí mandaba la tele. Que para eso era una tele la que organizaba.

Tratamos de arrancar un par de fotos más mientras nos echaban de forma muy educada. Montamos nuevamente en los microbuses y vuelta a la sala de prensa para editar, enviar y, por supuesto, ver el debate.

No, es broma, fuimos a cenar que había catering. Curiosamente no hubo finalmente demasiadas quejas. Todos o casi todos tuvimos fotos decentes y más de uno repitió aquello de que «para las facilidades que nos dan, sacamos petróleo».