No somos por aquí muy amigos del alarmismo gratuito. Para eso ya está Antena 3 y compañía con sus programas de sucesos, crónica negra, el Wi-Fi nos va a matar a todos y demás. Pero recientemente The Wall Street Journal compartía un interesante y didáctico vídeo sobre un tema tan peliagudo como compartir fotos de menores en redes.
Pero no hablamos esta vez de fotografiar menores desconocidos en una escena de la calle, sino de compartir en redes sociales imágenes de los propios hijos. Y no, como se estila a veces en el mundillo influencer -eso daría para otro debate- para vender algo dentro de una campaña publicitaria, sino simplemente por compartir una foto simpática de los retoños.
“¿Mami, a donde va mi foto?” Así se titula a guía ilustrada realizada por la periodista Joanna Stern y que aborda este tema con un mensaje muy claro: mejor pensárselo muy bien antes de compartir fotos de los pequeños.
Dejando a un lado el título del libro -igual papi también comparte fotos y habría que explicarle lo mismo- la autora plantea tres razones por las que, definitivamente, no es buena idea colgar en Internet fotografías de menores: el derecho al honor y la intimidad de los pequeños, la recolección de datos y, posiblemente, el más preocupante: la imposibilidad de saber dónde y en manos de quién acabarán esas fotos.
En realidad la situación es la misma a la que se expone cualquiera que comparta información personal en las redes, con dos agravantes: son menores y nadie les ha preguntado si les parece bien esa exposición pública.
El reciente escándalo de Youtube al descubrirse cómo depredadores sexuales usaban vídeos de canales protagonizados por niños para, en los comentarios, indicar lo códigos de tiempo en los que aparecían con poca ropa o con alguna postura comprometida es sólo un ejemplo de esa vertiente más oscura de la red.
En el caso de las fotografías -recomienda Stern apelando al sentido común- puestos a compartir fotos, hay que evitar escenas en las que los menores aparezcan desnudos y nunca usar hashtags relacionados tipo #horadelbaño.
¿De verdad hace falta explicar estas cosas? Por lo visto sí. Lo mismo que recordar que compartir datos aparentemente inocentes (fechas, localización, cumpleaños, enfermedades…) supone crear una especie de ficha pública con información personal del menor, disponible para cualquier persona o empresa que pueda utilizarlo.
Mantener el perfil privado -si hablamos de Instagram-, controlar muy bien quiénes son los seguidores si se opta por exponerlas públicamente (puede que tú quieres mucho likes, a tu hijo le da igual) y evitar escenas que puedan avergonzar al menor en unos años son algunos de los consejos compartidos por esta guía para padres.
¿Alarmismo innecesario o puro sentido común? El problema es que a día de hoy nadie puede saberlo así que son muchos los que, ante la duda, prefieren no arriesgar y dejar las fotos de los pequeños en la cámara o en móvil. Por cierto, pasarlas a papel para asegurarnos que dentro de 10 años sabremos dónde están tampoco es mala idea.
También hay que diferenciar dentro de las redes, porque no es lo mismo Instagram (cachondeo total) que 500px, Flickr, etc.
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