Foto: Paul Hansen. World Press Photo os the Year, 2013

Ni un World Press Photo sin su polémica. Es verdad que en los últimos años el debate y los escándalos sobre retoque o manipulación se han moderado, pero pese a ello las discusiones éticas y morales no faltan a su cita.

La instantánea de este año no ha sido una excepción y, aunque tímidamente, algunas voces se han levantado para protestar por la elección de la dura fotografía tomada por Burhan Ozbilici. Algunos dicen que convierte la muerte en un espectáculo. Otros que, dando visibilidad a la imagen, sólo se da publicidad a quienes cometen este tipo de actos.

En ambos casos y como ocurre casi siempre, el fotógrafo acaba convertido en una especie de protagonista involuntario. Un personaje más en una historia de la que sólo es testigo y narrador.

Ha pasado -discretamente, insisto- con Ozbilici. Pero hace cuatro años ocurrió con Paul Hansen el revuelo mediático alrededor de su imagen fue mucho mayor. ¿Por el contenido? ¿Por el papel del reportero como narrador? No, todo acabó convertido en una interminable discusión técnica.

Tanto que incluso a día de hoy, cuando esta imagen aparece en algún lugar, irremediablemente volvemos a hablar de lo mismo: sombras, cielo pintado, reflejos, rango dinámico… Yo el primero. Tal vez sea que el debate siga ahí, o que no hemos aprendido nada.

El caso es que este texto de 2013 sigue siendo hoy perfectamente válido. Esto decíamos entonces y seguiríamos repitiendo hoy:

“El problema son los niños muertos, no los fotógrafos” Una frase que Gervasio Sánchez utilizó hace ya tiempo para zanjar la cansina discusión sobre la moralidad de publicar cierto tipo de imágenes o sobre la ética de los reporteros que trabajan en zonas de conflictos.

Una respuesta que vista la penúltima polémica -casi un culebrón por capítulos- sobre la foto elegida por los premios World Press Photo como la mejor instantánea del año tal vez deberíamos tatuarnos para tener siempre a mano.

Que sí, que manipular fotografías es inadmisible en la práctica del fotoperiodismo. No sólo por la alteración de la realidad más allá de -nunca lo olvidemos- la propia subjetividad de cada mirada y cada encuadre, sino por el flaco favor que le hace a la credibilidad de la profesión.

Que no. Que no todo vale para tener una imagen a la altura de un titular impactante. Si la foto y la historia es buena seguro que no pasa nada porque haya un poco menos de humo, un misil en lugar de tres o en el fondo algo que estropee la magnífica composición. Los límites son difusos pero están suficientemente claros: no poner ni quitar nada.

Pero hechos por vigésima vez los matices pertinentes, ¿de verdad queremos seguir hablando del maldito RAW de Paul Hansen en lugar de los dos niños sin vida que aparecen en su fotografía? Puede que sí. Igual es que somos tan cretinos como para sostener un encendido debate sobre la información XMP del JPEG de la foto o sobre la concordancia de las sombras en lugar de preguntarnos por el origen del puto misil que provocó esas muertes.

O tal vez sea que le tenemos ganas a la foto desde que fue seleccionada. A ese aspecto tan cinematográfico que tienen aquí el dolor y la tragedia y que nos revuelve las tripas. Pero no tanto como antes, así que nos preguntamos si nos hemos vuelto un poco inmunes al sufrimiento fotografiado.

Pero como ese debate nos puede resultar un poco incómodo, rápidamente volvemos a lo que importa: las sombras subidas y las luces recuperadas. El contraste y la textura de la imagen. Y los límites, claro, no vaya a ser que el fotógrafo pretenda colárnosla. No olvidemos que son sospechosos habituales.

Llevamos días dándole vueltas a lo mismo. Y a estas alturas sabemos el nombre de los forenses digitales encargados de diseccionar la foto, pero no el de los niños que aparecen en la instantánea.

¿Niños muertos? No moleste por favor, que aquí estamos hablando de fotografía.

1 COMENTARIO

  1. Hola,

    Pues si 4 años después de vuestro texto y todavía más, de la clara frase de Gervasio Sánchez, seguimos casi igual, no creo entonces que se vaya a acabar nunca con la estúpida polémica de la conveniencia de este tipo de fotografías.

    Ni que el debate sobre la muerte, máxime si hablamos de niños, es si es conveniente o no. Ahí está, la queramos ver o no. Y muchas veces gracias a los fotoperiodistas de conflictos, podemos y deberíamos, vomitar en nuestro sofá de cuero.

    Un saludo,
    Braulio

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