A estas alturas seguro que ya habréis visto muchos ejemplos de lo que el relleno generativo en particular, y la Inteligencia Artificial en general puede hacer con las imágenes.
Pero quedan muchas preguntas por resolver entorno a una tecnología que, pese a estar en pañales, ha sido capaz de engañar a muchos ojos entrenados (incluidos los míos) y volar unas cuantas cabezas al probar en primera persona lo que nos permite hacer.
Es cierto que las capacidades de la IA no son nuevas. Y que trucar fotos, quitar gente y cambiar prendas de ropa ya se podía hacer antes.


Hasta ahora se necesitaban conocimientos, equipo y tiempo para poner un gato tras el presidente del Gobierno en un pleno del Congreso de los Diputados. Ahora lo hace cualquiera en treinta segundos. Y ese es el peligro que nos ocupa hoy en un mundo plagado de bulos, fotos falsas y desinformación.
Fotos falsas que se hacen virales
En la gran mayoría de disciplinas fotográficas el relleno generativo es una bendición, para la fotografía que lleva intrínseco un compromiso con la realidad, es un peligro inminente.

Realmente es un lujo poder quitar a esos tres fotógrafos que me estropean la composición cuando pillo aterrizando a mi avión favorito, quitar la catenaria del tren que está a lo lejos, abrir el campo visual y, ya puestos, eliminar el tren de aterrizaje porque la foto luce más sin él.
Puedo pensar que solo un recuerdo personal, una foto que subiré a mis redes sociales, un momento de ocio de mi pasado. Pero cuidado porque puede que no.

Esas fotos que se suben a las redes sociales escapan a tu control y lo que era claramente una foto manipulada en ese tuit gracioso que pusiste en tu grupo de compañeros de crossfit es ahora una foto que circula en grupos de WhatsApp. Como si fuera cierta asegurando que un avión A380 estuvo a punto de estrellarse porque estando a 100 metros del suelo no tenía el tren de aterrizaje abierto.
¿Exagerado? Si buscas en Google ‘Aznar sonriendo’ te sale esta foto de arriba. Esa foto no existe, es falsa. La cree yo personalmente para hablar del poder de la IA. Alguien robó la foto, la difundió quitando todo el contexto y ahora circula por todo internet sin que nadie se cuestione si es o no real.

Si de algo sufrimos los fotoperiodistas es de tener que apechugar con las circunstancias. Un fotógrafo de moda puede pedir mil retoques y cambios a la modelo, un fotógrafo de paisaje puede esperar a tener la luz que quiere, un fotógrafo corporativo puede pedirle a los dos CEOs que se vuelvan a saludar. Nosotros no.
La tentación de limpiar las fotos
Si tenemos la desgracia de que justo en el momento que el presidente del Gobierno sale por la puerta una persona decide cruzarse nos quedamos sin foto. Lo mismo pasa si un agente de la policía ha recibido la orden de pararse junto al coche oficial. O eso pasaba hasta ahora.


«Les preocupaba tanto si podrían hacerlo que no se pararon a pensar si debían», decía el matemático Ian Malcom en Parque Jurásico, la película de 1993 refiriéndose a la clonación.
Bueno, creo que en eso tenemos ventaja porque el sentimiento generalizado es que en fotoperiodismo y disciplinas análogas, el uso de la IA está, o debería estar, totalmente prohibido.
Y eso que hay quien ve ciertos usos legítimos que no comprometen la veracidad. «Me vendría muy bien usarla cuando tengo una foto encuadrada al ras pero necesito aire por arriba para meter sobre la foto un titular», me comentaba el otro día un editor de un periódico.
Caras pixeladas y mascarillas que desaparecen
No hace mucho probé a sustituir el típico pixelado que utilizamos para ocultar el rostro de policías y similares y emplear una cara generada artificialmente.
Dejando al margen el siniestro resultado, la cara podría parecerse a la de una persona real (esto ya pasó en su día con el exdiputado Gaspar LLamazares) o que podría haber un conflicto de derechos (por sí, en efecto, las imágenes generadas por IA tienen derechos), queda la duda de si es moralmente aceptable manipular una imagen, aunque tenga un fin positivo.


Moeh Atitar, jefe de fotografía del diario El País, comenta al respecto que “no podemos recrear nada». «Nuestro trabajo consiste en que, honradamente, recojamos lo que presenciamos. Hemos dispuesto, leyes mediante, que policías, menores y demás no desvelemos su identidad, con pixelado o desenfoque», apunta.
«Recrear una cara es saltarse una regla básica. Pero la IA nos abre un campo de oportunidades y de riesgo sin precedentes para nuestro oficio. Como no tengamos claro que nuestro trabajo se fundamenta en la ética y la deontología, vamos a pasarlo todos mal», advierte Atitar.


La última y máxima valía de un fotoperiodista es su credibilidad. Nuestra gran arma contra la desinformación es saber que el nombre de un fotoperiodista en un pie de foto garantiza su autenticidad, porque un periodista gráfico que pierde su credibilidad pierde su fuerza.
El problema son todas esas fuentes que nutren al periodismo gráfico pero que están absueltas de ser fieles a la realidad. Las fotos de parte, las que envían los partidos políticos, las que mandan las compañías tomadas por sus fotógrafos para hablar de un evento… Todas esas fotos pueden estar manipuladas y, siendo estrictos, no estarían cometiendo ninguna falta.
Pensemos que, de alguna forma, ya lo hacen. Ningún partido político enviará una foto de su candidato siendo abucheado y ninguna empresa mandará una imagen que ponga en jaque su marca. No deja de ser una forma sutil de manipulación y se hace desde hace tanto que todos nos hemos acostumbrado.
Ahora la herramienta la tienen ahí. Esa foto tan bonita que no se podía mandar porque había un señor detrás del candidato con un cartel incomodo ahora se puede enviar limpia ¿Lo harán?
Quiero pensar que no, que hay un fuerte dique moral que impide que la riada de la manipulación lo inunde todo. Solo espero que esa presa tenga en los próximos años un buen mantenimiento y que, al primer indicio de grietas, demos la voz de alarma.
Le estamos dando pistolas a los monos y queremos confiar en que solo dispararán a los malos. Mejor me compro un chaleco antibalas.
Una nueva vuelta de tuerca a la falsedad de la fotografía actual. Si ya nos quejábamos de la «Fotografía Perfecta» de Steve McCurry y de ese enorme ejercito de falsificadores y retocadores que se hacen llamar fotógrafos o artistas visuales (super-hortera) que tanto abundan, esto ya es el rizo que riza el rizo.
Como muy bien demostró Nietzsche la realidad es una ensoñación mentirosa, y cualquier intento de domesticar el infinito devenir inasible mediante abstracciones, conceptos, ideas, en definitiva: lenguaje (o fotografias) es una tentativa fraudulenta y falaz. La irrupción de la IA que tanto incómoda a algunos vendrá a instituir una resquebrajadura fatal en esa creencia en la realidad y proveerá cantidades ingentes de LOL, como muestra la foto de Marlaska.
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Un periodista, con cámara o sin ella, que habla de buenos y de «malos» es un periodista que ya ha renunciado a la imparcialidad y objetividad que son santo y seña de su profesión y por tanto no debería sentirse tan escandalizado por la supuesta manipulación que la inteligencia artificial opera en las representaciones de la realidad que por definición ya son una manipulación de esa realidad.
Obviando la pequeña trampa en la que cae el articulista al llamar «foto» a una imagen generada mediante IA, llama la atención que ponga en cuestión la realidad de algo que según él no existe y que sin embargo le produce gran preocupación, es como si hubiera escrito un artículo para mostrar su indignación por la existencia de los unicornios rosas. El caso es que la existencia en la iconosfera NO es de un orden diferente a la existencia que se da en el mundo físico: si millones ven y hablan de una imagen que circula en Red, por muy discutible que sea su origen («natural» o artificial), la existencia de esa imagen se puede dar por acreditada pues no hay más existencia y más realidad que la que se da en el Lenguaje ya que fuera de Él sólo existe la nada.